viernes, 12 de agosto de 2022

El (dulce) final del verano...

Los comienzos de veranos son difíciles… Los nuestros, al menos. Los míos. Muchos años (camino de 14 ya) en los que acabo el curso sin saber qué será de mí el siguiente, dónde estaré, ¿me tocará coger coche?, qué compañeros y compañeras de trabajo tendré, qué alumnado me tocará, qué cursos, ¿podré aprovechar la programación que tengo ya hecha?, ¿me dará tiempo a encaminarla en los primeros días de septiembre?, ¿será centro bilingüe u ordinario?,… Menos mal que el plantearme si tendremos que mantener dos casas abiertas ya quedó atrás con la plaza definitiva del curso pasado. Bueno no. Ahora puede tocarle a Antonio.

Los comienzos de verano son difíciles. También desde que nació Carmela. Especialmente desde que cumplió ¿el primer año?. Por extrañas razones que no vienen al caso (cada peque es un mundo y las suyas tendrá) Carmela suele ser diferente las primeras semanas de verano. Más rebelde, más dependiente, más demandante, más insolente, más atrevida, más… Más. Más difícil de gestionar para nosotros, con nuestro banal intento de “crianza respetuosa y su puta madre” (léase con la “i”). Te dan ganas de recurrir a la zapatilla unas mil veces por hora. ¿No había internados en verano? ¿No puedo mandarla al pueblo con los abuelos? Mierda, que estamos ya aquí, no hay escapatoria.

Toca respirar. Una y otra y otra vez. Y luego otras 300 veces más. Te preguntas una y mil veces que dónde está tu niña, que qué le ha pasado, que cuándo va a volver o si eso será ya así “pá siempre”. Respiras de nuevo. Y explicas. Y vuelves a explicar. Y otra vez, muchas ya sin ganas, fuerzas ni mimo. Pero respiras y explicas.

Y de repente llega un día en el que amanece y Carmela está en casa. No es aquella que dejamos durmiendo justo a las 20:30h el último día de cole, no. Pero tampoco es la misma que ayer me decía otro doloroso “déjame en paz”. Es Carmela. Su esencia la mantiene pero ha crecido, ha madurado, ha dado un nuevo paso. Vuelvo a no entrar en explicaciones porque Carmela es única y su ritmo tiene y tendrá, pero ha ocurrido. El tiempo ha pasado. La fase ha pasado. Ha acabado.

Y estas últimas semanas con mi hija, con mi familia, son maravillosas. Todo es sinergia. Risas, canciones, historias, “pisco-labis”, juegos y cuidado. Mucho cuidado. Del grupal y del individual. Sin conflictos extraños. Todo fluye. Y ahora es cuando no quieres que se acabe el verano. Cuando lo cogerías y asirías fuerte con las manos para alargarlo un poquitito más. Como aquellos en los que acababas llorando con la canción del Dúo Dinámico, pero en otra dimensión mucho más dulce (y amarga a la vez): la de ver a tu hija acercarse a esos momentos.

El (dulce) final del verano…