Mi problema es que perdono. Que siempre acaba pesándome más lo que siento, el cariño, el afecto, el AMOR, que todo lo demás. Que empatizo, que me pongo otros zapatos, que comprendo la complejidad del ser humano y las circunstancias que nos motivan a veces a hacer daño sabiendo o sin saber. Queriendo o sin querer. A veces, pocas veces, me pongo mis zapatos. Pero me cuesta. Más que ponérmelos, me cuesta dejármelos puestos. Posicionarme radicalmente. Es tan complicado. Me es muy complicado.
Mi problema es que me pierdo. Me pierdo en el otro. En lo externo, y dejo de escucharme. Siento y siento, siento mucho, pero no cojo el toro por los cuernos y me escucho. Porque escucharse duele, duele demasiado. Mirar de cara al dolor. Tiene tanto que decirnos. Y es tan duro. Tan duro.
Y de repente, cuando estoy absorvida por la tristeza, por la impotencia y la frustración; por no entender qué he hecho que sea tan mezquino que merezca un arduo castigo,.. Cuando yo misma comienzo a juzgarme, a castigarme, a maltratarme... de repente, me paro y me digo. AMOR.
Quiero mucho, quiero bien, quiero tanto... Que eso debe prevalecer, ante todo, ante todos. Ante mí misma.
Quiero, quieres, Mer. Sólo aférrate a eso. A querer. Piensa en él, en ella, es la de más allá. Siente el cariño por el que te escribe y pregunta, por el que no lo hace, por aquella a la que hace mucho no ves, por el que viste ayer y anteayer. Quiere, quiere Mer. Ésa es la clave. Al miedo, al odio, sólo les puede eso, el amor. Y tú tienes tanto... Agárrate fuerte a tu problema, a tu virtud, y quiere. Quiere mucho. También a tí. Quiere. QUiérelos. Quiérete. Tú puedes, porque sabes.
Mi virtud.
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