Llegadas estas fechas, algunas personas se ponen a repasar los propósitos de año nuevo que han cumplido o no a lo largo del ya casi esfumado año... Yo soy más bien soy de las que piensan en los del año próximo, y es por ello que tengo que hablar de lo que me pasó el pasado día de los inocentes.
Desde pequeña me dan auténtico terror las agujas. No cualquiera de ellas, sólo las que se introducen en las venas... Es por eso que sacarme sangre, donar, que me pongan vías,... me da auténtico pavor.
Aunque no lo recuerdo, mis padres me cuentan que la primera vez que me sacaron sangre (en Cádiz) tuvieron literalmente que atarme porque en cuanto veía la aguja salía corriendo con todo el personal sanitario tras de mí. Lo que sí recuerdo es que desde que tengo uso de razón, salvo en dos ocasiones, siempre que me han sacado sangre, me he mareado e incluso llegado a desmayar. Está muy guay el truco ese de mira para el otro lado, pero si al lado tienes a otra persona sacándose también sangre, el truco no ayuda...
Siendo honesta, esta es la auténtica razón por la que siempre me he negado a donar sangre. Me excusaba en si cumplía o no los requisitos, en que tenía el periodo y ya era demasiada pérdida de sangre, en que la aguja era muy grande y me iba a desmayar seguro,... para no donar. Y luego venían los remordimientos porque eso era egoismo puro.
El pasado día 28 de diciembre estuve con mi madre en el hospital para una revisión de espalda. La espera se alargó durante horas, tiempo suficiente para concienciarme de que tenía que afrontar mi miedo y decidirme a dar el paso.
Ni los requisistos que nos cuentan siempre son tan estrictos, ni la aguja es tan grande, ni se pasa tan mal. Es prácticamente como sacarte sangre salvo porque esta vez tienes un par de recompensas... La primera, el refresco y piscolabis que te dan al final. Y la segunda y más valiosa, la sensación de felicidad que te inunda desde que estás tumbado en la camilla sabiendo que estás haciendo algo por otros de una forma completamente altruista. Estás dando vida, salud, a otras personas, y ésa sensación vale por todos los pinchazos del mundo con todo tu miedo a flor de piel.
Como he dicho antes, llegado a estas alturas no suelo pensar en los propósitos que he cubierto o no durante el año, sino en los que quiero cubrir en el siguiente. Y aunque más que un propósito de año nuevo, era un propósito de vida que aparecía de forma recurrente, he de decir que en el 2013 no tendré que "donar sangre por primera vez", porque ya lo he hecho en el 2012...
Por fín puedo decir que, SOY DONANTE.
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